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‘Las muertes de Ceuta’ es un proyecto multimedia de investigación que durante un año ha realizado eldiario.es en tres formatos diferentes: este especial documental multimedia, el seguimiento informativo diario en la publicación especializada en derechos humanos Desalambre y la revista 'Fronteras y Mentiras', que aporta contexto general y análisis al caso.

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Aquí tienes algunos de sus contenidos.

El crimen de la fortaleza Europa

Ignacio Escolar

La foto más famosa del año, la de José Palazón de la valla de Melilla, resume muchas cosas. No solo el contraste entre un primer mundo que juega al golf frente a unos desheredados que se juegan la vida. No es solo el color, esa pradera verde tan irreal como artificial en el norte de África. No es solo la actitud de quienes no interrumpen su partido, acostumbrados a esta locura cotidiana; o lo que debe de pasar por la cabeza de los inmigrantes que, desde lo alto de la alambrada, ven este sorprendente paisaje. ¿Qué tienen en común la valla y el campo de golf? Lo más importante: quién paga.

Una foto que representa todo. "Aquel día se produjo un salto y la Guardia Civil había cortado la carretera. Vi de lejos que un grupo de inmigrantes estaba encaramado en la parte de la valla más cercana al campo de golf. Cogí el coche para subir a una montaña y fotografiar la escena". José Palazón

El campo de golf junto a la valla fue en parte levantado con el dinero de Europa, con fondos europeos para el desarrollo del turismo. También es esta Europa que teorizó los derechos humanos la que paga la fortaleza, la que financia la valla que separa con cuchillas a los ricos de los pobres. La Unión Europea gastó entre 2007 y 2013 cerca de 2.000 millones en blindar sus fronteras. Es casi tres veces más que todo el dinero que empleó la propia UE en políticas para proteger a refugiados y solicitantes de asilo, según Amnistía Internacional. En España, el contraste es muchísimo mayor: 9,3 millones de euros de la UE para refugiados frente a 289,4 millones para proteger la frontera; una frontera que se ha convertido en un enorme desastre humano.

Hoy el Mediterráneo es la fosa común más grande de este siglo, un enorme cementerio con miles de cadáveres. Es difícil saber la cifra exacta –The Migrant Files calcula cerca de 30.000 en los últimos 14 años– porque la mayoría de los muertos son anónimos. De cuando en cuando, el mar escupe algunos cuerpos sin nombre que no llegan ni a un breve en los periódicos. De cuando en cuando, una tragedia como la de Lampedusa lleva la muerte hasta los informativos de televisión y arruina la hora de la cena. Los dirigentes europeos tuercen el gesto, en Italia declaran día de luto nacional, pero nada o casi nada cambia ni en la política migratoria europea ni en el uso de las mentiras y el miedo por parte de políticos irresponsables. Los muertos se olvidan rápido y al poco tiempo hay quien cuestiona la inversión en patrullas marítimas de rescate de inmigrantes en peligro de ahogarse porque salvarlos de la muerte crea un “efecto llamada”. No exagero: lo planteó –al año de Lampedusa– el Gobierno del Reino Unido en una demostración práctica de que siempre se puede caer aún más bajo.

Al menos en Italia hubo luto nacional por Lampedusa. En España, la respuesta a la tragedia de Ceuta fue una mentira tras otra. Mentiras oficiales. Mentiras de Estado. Cinismo, manipulación y un discurso xenófobo calcado al del Frente Nacional francés, donde cualquiera que cuestione las ilegales devoluciones “en caliente” o la negligencia de la Guardia Civil –que acabó con 15 muertos en Ceuta– es un hipócrita o un perroflauta idealista y utópico. “Que me den la dirección y les enviamos a los que saltan la valla”, responde el ministro del Interior, Jorge Fernández, en una respuesta idéntica a la que suele dar Marine Le Pen cuando critican su xenofobia. “Que digan a cuántas personas están dispuestos a acoger y, si no lo hacen, que se callen y den menos lecciones”.

La trampa en las lecciones del ministro Jorge Fernández y Marine Le Pen –o Manuel Valls, o David Cameron– es que hay un montón de grises entre su extremo y el “buenismo” (como ellos lo llaman, como si lo suyo fuese “malismo”) que ellos caricaturizan. A su demagogia se responde fácilmente con datos. No hay “invasión” alguna –ni “avalanchas” ni “asaltos” en la frontera, como exageran algunos medios– porque España lleva ya varios años con tasas de inmigración negativas: son muchos más los que se van que los que entran. No está tampoco probado que las cuchillas en la valla sirvan como elemento disuasorio para unas personas que han llegado hasta allí a pesar del desierto, de las palizas de la policía marroquí y de una vida clandestina: solo sirven para infligir cortes inhumanos en los inmigrantes, y eso sí que está demostrado, a pesar de lo que dice el ministro Fernández cuando argumenta que son solo “heridas superficiales”. Ni siquiera son Ceuta y Melilla las puertas de entrada más comunes de la inmigración en España: es el aeropuerto de Barajas.

Como recuerda Amparo González Ferrer en este número de la revista de eldiario.es, el volumen global de migraciones no es mayor ahora que en los años 60. La migración ilegal no se arregla blindando aún más las fronteras, sino con migración legal y políticas de cooperación que arreglen el verdadero problema: no son las personas que buscan una vida mejor, sino la enorme desigualdad y pobreza. Incluso alguien tan poco sospechoso de perroflauta como el exministro del Interior griego y ahora comisario de Inmigración de la UE, Dimitris Avramopoulos, tiene claro que la Europa fortaleza no es la solución y que lo que está pasando en nuestras fronteras es un desastre humano. Un crimen.


Las mentiras que nos contaron la verdad

Juan Luis Sánchez

Las muertes de Ceuta demostraron que un Gobierno puede mentir a los ciudadanos para esconder ilegalidades y violaciones de derechos humanos. Pero que ya no cuela.

Esto no pasó. Según las primeras versiones del Gobierno, la Guardia Civil nunca tuvo que actuar durante la tragedia de Ceuta, ni ningún inmigrante llegó a la costa española. En la imagen, los agentes españoles recogen cadáveres en Ceuta. EFE / Reduan Dris Regragui

Bienvenidos al viaje de la verdad. Abróchense los cinturones y afinen la mirada, no pierdan detalle porque vamos a hacer un recorrido por las páginas del parque jurásico de la política, por los juegos del hambre de la frontera, por los pasillos del lado oscuro donde no se ve venir el despertar de la Fuerza, por la isla donde habita el humo negro de la mentira. Verán dinosaurios resistiendo la extinción mientras pisan, muerden y siguen creyendo que el terreno es suyo; verán periodistas y ciudadanos lanzando flechas contra los espejismos electrificados del Gobierno, verán su cúpula de versiones oficiales venirse abajo, en directo y por televisión.

El día 6 de febrero de 2014, mientras amanece, 15 personas mueren en la frontera de Marruecos y Ceuta.

El 6 de febrero de 2014, a primera hora de la mañana, el Gobierno de España emite un comunicado oficial que dice que durante la madrugada 400 personas han tratado de “asaltar” el puesto fronterizo y la valla de Ceuta y que han sido “repelidos” por la policía marroquí. Que las fuerzas de seguridad españolas “en ningún caso han intervenido”. Que Marruecos se ha encargado de todo. Que ningún inmigrante ha conseguido entrar en territorio español. Y que sí, que ha muerto un número indeterminado de personas, pero que se han ahogado mientras nadaban para rodear la valla sin que hubiera episodio alguno de violencia y que los guardias españoles se han enterado de lo que ocurría a través de contactos por radio y teléfono con las autoridades marroquíes. Marquen este párrafo con un boli mientras leen porque habrá que volver a él al final del artículo.

Pasan las horas. La versión oficial de los hechos se publica en la mayoría de los medios de comunicación. Qué pena, ha muerto gente en aguas marroquíes. Vaya. Cómo va a tener la culpa España de nada de eso. Bueno, ¿hablamos de otra cosa?

Pasan las horas y a las cinco de la tarde se publican en eldiario.es los testimonios de inmigrantes supervivientes que acusan a los agentes de la frontera de cargar contra ellos y específicamente a la Guardia Civil española de lanzarles botes de humo y pelotas de goma cuando estaban en tierra y luego en el agua.

¿Por qué? ¿Por qué se quedan ancaramados en lo alto de la valla, también en Melilla? ¿Oor qué corren hacia comisaría en cuanto se deciden a bajar? Porque si un agente les coge en el camino, le expulsará sin explicaciones. Nunca habrá existido. Sergi Cámara

Interior cambia la versión oficial tras la publicación de este artículo. Un portavoz dice que lo único que se han usado son “armas de fogueo” desde el lado español del puesto fronterizo, lejos de los inmigrantes, y que “eso no hace nada, solo ruido”.

A las siete de la tarde surgen más testimonios de testigos diciendo que hubo disparos de bolas sobre el grupo que intentaba cruzar a nado. Y que es en ese punto donde se producen todas las muertes, por ahogamiento y aplastamiento. Algunos consiguieron pasar al otro lado y llegaron a la playa.

Pasan las horas. El ministerio de Interior tiene que volver a hacer declaraciones oficiales para admitir que también hubo de pelotas de goma y botes de humo. Pero insiste: solo se han usado en tierra y fue después cuando parte del grupo se metió en el agua para bordear la valla a nado. Y que ahí ya la Guardia Civil no tuvo nada que ver y se ahogaron porque no llevaban flotadores.

Y entonces se utiliza el comodín de la violencia. El uso de antidisturbios fue proporcionado porque “se trataba de un asalto masivo con violencia nunca vista”: “Han tirado piedras contra todo lo que han pillado”.

Han pasado 10.00 desde el primer comunicado oficial y el Ministerio del Interior ya ha difundido tres versiones diferentes. La línea roja de lo que están dispuestos a admitir está clara: no hubo ninguna actuación española ni en la valla, ni en el agua, ni en la playa de Ceuta.

Con esta tercera versión oficial del día, a pesar de los testimonios que apuntaban en sentido contrario, los grandes medios de comunicación hacen titulares e infografía explicando lo que había ocurrido en Ceuta. Violencia masiva. Respuesta proporcional.

–Las muertes son una tragedia, sí, pero involuntaria. Shit happens. ¿Hablamos de otra cosa?

–No.

Para la mañana siguiente, ya tenemos fotos donde, sorpresa, aparecen los guardias civiles españoles junto a la valla, en el espigón y en la playa, justo después de las muertes. Ante la confusión, los periodistas preguntamos si podemos ver las imágenes de las cámaras de seguridad que suele haber en los puestos fronterizos.

A las 11.00 del 7 de febrero, un portavoz de la Guardia Civil dice que en la zona de las muertes no hay cámaras. Nos dicen que en una frontera no hay cámaras de seguridad.

Como eso no se lo cree nadie, muchos periodistas no nos lo creemos. Unos minutos después la Guardia Civil recula ante las preguntas: sí que hay cámaras, sí. Pero nos dicen que no ha dado tiempo de ver aún las imágenes. Después de 24 horas desde la muerte de más de una decena de personas y con cinco versiones diferentes de lo ocurrido, ¿a nadie le había dado todavía por mirar las cámaras de seguridad?

¿Se han usado pelotas de goma para contener la llegada de los inmigrantes que llegaban? “Pelotas de goma en la mar, no”, dice el director de la Guardia Civil 30 horas después de los hechos. El 8 de febrero añade: “ningún inmigrante pisó el suelo español”. Testimonios en eldiario.es dicen ese mismo día lo contrario.

A falta de cámaras oficiales, llegan las ciudadanas. A las 14h se difunde un vídeo grabado desde un edificio próximo a la playa. El vídeo corrobora otra mentira oficial: sí había guardias civiles junto a la valla y junto al agua durante la tragedia. Y más importante: un numeroso grupo de inmigrantes llegó a la playa española, rodeando a nado el espigón fronterizo, y los guardias civiles los condujeron inmediatamente al otro lado.

Estas imágenes son la prueba más clara y descarnada que se había visto hasta la fecha de lo que conocemos como “devoluciones en caliente” y que no son más que una expulsión inmediata e ilegal del que llega, sin darle la oportunidad de justificar –como marca la ley nacional e internacional– por qué está desesperado por entrar y sin ser atendido de posibles heridas o hipotermia o ataque de nervios, sobre todo teniendo en cuenta que 15 personas habían muerto a su lado unos minutos antes. Los guardias hacen un cordón y los empujan al otro lado de nuevo, a zona marroquí. Algunos, muy débiles, van tropezándose por el camino.

El Gobierno dice que no ha mentido sobre aquello de que ningún inmigrante había conseguido cruzar a España porque España no empieza tras la valla o en la playa de Ceuta sino cuando uno consigue escabullirse de las autoridades. Algo que llamaron “línea fronteriza retráctil”. España no empieza en España; España empieza en la Guardia Civil.

El 10 de febrero, acorralado por algo que no suele pasar –los medios empiezan a no creerse la versión oficial de Interior sobre lo que ocurre en la frontera– el Gobierno difunde un vídeo de las cámaras de seguridad de la frontera. Esas que no existían.

El vídeo resume en tres minutos varias horas de actividad. Está editado por el Ministerio para dejar solo las partes que le interesaba mostrar: aparece primero, de noche, un grupo muy numeroso de inmigrantes corriendo desde Marruecos hacia el puesto fronterizo; luego, ya de día, se ve cómo los inmigrantes que se han quedado del lado marroquí lanzan piedras contra el lado español.

El resto, lo dejan fuera del montaje. No se ve nada del uso del material antidisturbios por parte de España. No se ve nada de las cargas de la policía marroquí para defender la frontera española. No se ve ni cómo ni en qué momento los inmigrantes deciden meterse en el agua. No hay ninguna imagen del momento de la muerte de las 15 personas ahogadas o aplastadas intentando cruzar a nado. No se ve nada del cumplimiento legal y humanitario de las obligaciones de las fuerzas españolas en la frontera y por supuesto nada de las devoluciones ilegales.

Una de las primeras teorías que estudia cualquier alumno de comunicación audiovisual es la del efecto Kuleshov: la percepción del público de cualquier imagen está condicionada por lo que sus ojos hayan visto justo antes, hasta el punto de que el significado cambia por completo. En este caso, la imagen final de un grupo de personas lanzando piedras no produce el mismo efecto sobre el que la mira si inmediatamente antes está la de la carrera de cientos de personas hacia la frontera, como es el caso, que si es el del uso de antidisturbios contra personas que acaban ahogadas. Justo lo que el montaje de Interior no enseña.

Aún así –porque para hacer el mal también hay que tener talento– en el montaje del Gobierno se escapan algunos detalles que son la confesión de varias mentiras. Un ejemplo: en el vídeo se ve que los inmigrantes llevaban flotadores artesanales puestos en la cintura desde el primer momento. El director de la Guardia Civil había dicho que era imposible que sus agentes pincharan nada, como sostienen varios inmigrantes, porque “los inmigrantes no llevaban ni manguitos ni flotadores”.

¿Cómo va el viaje? ¿Han perdido la cuenta de mentiras y versiones oficiales? No se preocupen. Nosotros también.

Una semana después de las muertes de Ceuta, el ministro se ve obligado a dar explicaciones en el Congreso. Y su comparecencia demuestra definitivamente que tanto su ministerio, la Delegación del Gobierno y la Guardia Civil han mentido durante toda una semana. Admite que los agentes españoles sí dispararon pelotas al agua y cartuchos de fogueo mientras los inmigrantes nadaban. Lo hicieron con “objetivos disuasorios”, para que esas personas no pasaran a aguas españolas. Hubo 15 muertes, pero el ministro niega cualquier relación “causa-efecto” porque se dejó de disparar en cuanto hubo atisbo de “riesgo”.

–Vale, pesaos, ya está, ya habéis conseguido que el ministro admita que se mintió. ¿Podemos hablar de otra cosa?

–No.

Durante los días siguientes a la comparecencia del ministro, descubrimos que al reconocer algunas mentiras el ministro incurrió en otras tantas y omitió partes determinantes en su extenso relato parlamentario.

El 21 de febrero, un viernes y por la tarde, Interior cuelga en su web los brutos del vídeo completo de las cámaras de seguridad. Vuelve a ser un material del que se extraen conclusiones muy claras que contradicen todas las versiones oficiales dadas. Por ejemplo: la Guardia Civil lanzó botes de humo desde el espigón fronterizo que cayeron directamente sobre la zona donde nadaban los inmigrantes que se ahogaron.

También podemos ver cómo, en contra de lo que dijo el ministro, los disparos de pelotas de goma no eran todos al aire ni haciendo “trayectorias oblicuas” sino apuntando directamente al agua. Y también que una patrullera española entra en la zona marroquí, donde todo estaba sucediendo, cosa que siempre negó el ministro y el director de la Guardia Civil. La justificación para no auxiliar a los que se ahogaban había sido que, al suceder en aguas marroquíes, la barcaza española no podía entrar ahí. Pero entró, y no ayudó.

El vídeo termina con una escena triste. La Guardia Civil lleva a pie a los inmigrantes que habían conseguido llegar a nado a la playa española, exhaustos y heridos, hasta una puerta que hay en la valla fronteriza. Abren la verja y los sueltan al otro lado, como el portero que suelta a un borracho en la puerta de una discoteca. Que sea ilegal es casi lo de menos.

Ahora vuelva usted al párrafo marcado con boli y relea cuál era la versión oficial que el Gobierno intentó hacernos creer a todos.

Como han podido ver en este viaje, las mentiras a veces son las mejores aliadas para contar la verdad. Qué difícil habría sido que se demostrara que la actuación de las autoridades españolas el 6 de febrero fue ilegal, antihumanitaria y hasta punible si no fuera por la ayuda de los que están acostumbrados a mentir y que les crean. Sin su obstinación por creer que la audiencia responderá a resortes alarmistas, facilones y tramposos. Sin el ridículo, en directo y por televisión, de los que creen que la impunidad es eterna y que el periodismo de Estado, ese que se cree la versión oficial simplemente porque es oficial, sigue vigente.

Ya no más. Las dolorosas mentiras sobre las muertes de Ceuta han insertado en la agenda política y en la sensibilidad social un nuevo código para interpretar lo que sucede en la frontera. Y no hace falta ser muy de izquierdas para eso. Puede uno estar a favor de una gestión restrictiva de las fronteras, pero no a costa de la muerte. Porque lo contrario a que alguien 15 personas mueran en la frontera no es la libre circulación; lo contrario es que no mueran. De lo otro, hablamos después.

–Ha pasado un año ya. Dejadlo ya.

–No.

Yo estuve allí

Gabriela Sánchez

Un año después de la muerte de 15 personas en aguas fronterizas de Ceuta, los supervivientes no olvidan. Y su versión difiere notablemente de la oficial. Tras cruzar a Europa, algunos están dispuestos a hablar ante el juez.

“Yo lo vi. Yo estuve allí”. Estuvo aferrado con un dedo a un hueco entre las rocas de un espigón que se convirtió en el infierno. Estuvo rodeado con un flotador fabricado con botellas, mientras a su alrededor caían pelotas de goma. Mientras el gas lacrimógeno que respiraba y su pánico al agua le dejaban casi inconsciente, asegura. Iker estuvo, como Mor, Charles o Louis, junto a los que ya no están. “La Guardia Civil apuntaba hacia las personas”. “El humo les ahogaba”. “No dispararon a su cuerpo, pero sí a su flotador. ¡Pam! Y se fue. Se hundió... Lo vi”.

Mientras la investigación judicial continúa a paso lento, los supervivientes del seis de febrero se resisten a olvidar allí donde se encuentran un año después. Francia, Alemania, España, Marruecos. Muchos de los testigos han logrado su objetivo de llegar a Europa. Otros siguen esperando. Este diario ha seguido su rastro. Su testimonio es clave para reconstruir los hechos en la causa abierta por el juzgado de instrucción número 6 de Ceuta. Como dicen, ellos estaban allí. Y la mayoría de sus testimonios coinciden. Fuentes jurídicas deslizan una “inminente” personación de testigos presenciales. Algunos de los participantes en el intento que acabó con la vida de 15 personas se unirán a la denuncia, confirman.

Mor estuvo allí, pero ahora está en Alemania. La cicatriz de su brazo le recuerda lo ocurrido. La Guardia Civil, denuncia, le golpeó con la porra mientras trataba de sortear el espigón. En la zona marroquí. “Los españoles entraron por la puerta de la valla a la zona de Marruecos”. La versión oficial lo niega. Los agentes afirman que no utilizaron sus defensas y se limitaron a actuar en España. Aunque en los pocos audios de las conversaciones de radio mantenidas aquella mañana se escucha: “Cuidado con los mehani –gendarmes marroquíes–. No les vayáis a dar a ellos”. Tras su publicación ganó más fuerza la posible actuación del Instituto Armado en el lado más próximo a donde, según la versión oficial, se produjeron las muertes. El secretario de Estado de Seguridad, Francisco Martínez, lo zanjó: “En algún momento se ve que la embarcación está en la línea divisoria. Entiendo que lo dice por eso. También lo puede decir en un sentido irónico, exagerado, lo que sea, no lo sé”. Ahí quedó.

Pero el camerunés lo vio, reitera. No olvida la cara de uno de los agentes. “Podría reconocer al que me pegó más fuerte”, dice con contundencia en un testimonio recogido por Stéphane M. Grueso. Sostiene que se introdujo en el agua en un primer grupo de cerca de 30 personas. Delante de él nadaba Ousman Kenzo, relata. Lo volvería a ver minutos más tarde entre los cuerpos sin vida alineados en la playa. Mor centraba su atención en cruzar al otro lado. Piedra a piedra, no sabe nadar. Pisó suelo español, pero le devolvieron en caliente. Es menor de edad, pero no le preguntaron. Tiene 17 años y en la actualidad está tutelado por la administración alemana.

Contra la violencia en la frontera. Babacar, ciudadano senegalés que lleva 10 años en España, se manifiesta en Madrid pocos días después de la actuación de la Guardia Civil en la tragedia de Ceuta de febrero Juan Luis Sánchez

La impotencia le obliga a tomar un papel y situar sus recuerdos en un mapa. Un círculo desigual coloca la embarcación de la Guardia Civil entre aguas españolas y marroquíes. La única movilizada con antelación. La única, también, cuyas características impiden su acceso a zonas cercanas al espigón o a la costa, según las declaraciones de la tripulación. Es la justificación oficial de la falta de auxilio en los primeros instantes. Allí no estaba ni Salvamento Marítimo, ni Cruz Roja. Nadie les avisó. Las embarcaciones del Instituto Armado más adecuadas para este tipo de rescates llegaron cuando “casi no había inmigrantes en el mar”. No se les llamó a tiempo.

Durante estos primeros momentos, se producen los instantes más dramáticos, cuando podrían haber tenido lugar las muertes, según las fuentes oficiales, los agentes en servicio y algunos de los inmigrantes. “Un número importante de ellos estaba agolpándose en la misma punta, creando un embudo donde se puede ver cómo se empujan y apelotonan”, describe un capitán en el informe de diligencias entregado al juzgado de Ceuta. En este instante se produjeron disparos hacia el agua. Aquí ambas versiones distan en un detalle fundamental. La Guardia Civil niega haber apuntado hacia los inmigrantes. Los agentes en servicio aseguran que siempre “pretendían” mantener una distancia “prudencial”. Todos los supervivientes contactados por eldiario.es afirman que algunas pelotas de goma impactaron sobre sus cuerpos o flotadores. Las imágenes gubernamentales no aclaran estas acusaciones pero sí demuestran que los agentes lanzaron al menos un bote de humo sobre un grupo abundante de personas que nadaba en aguas marroquíes. También pueden observarse disparos de pelotas de goma desde el espigón fronterizo muy cerca de los inmigrantes que ya se encontraban en zona española. Algunos agentes apuntaban hacia abajo. Sí se confirma que no se cumplían los 25 metros garantizados por el ministro del Interior.

A pesar de la importancia de conocer lo ocurrido durante los primeros minutos, la información sobre estos es la más difusa. Las imágenes oficiales no lo muestran con claridad. La acusación popular solicitó a la jueza las grabaciones de las cámaras instaladas en vehículos, que, según descubrieron, no habían sido entregadas. La acusación popular defendía que, por su ubicación, esas imágenes podrían contener ese momento. La Guardia Civil ha respondido a la titular del juzgado que tales grabaciones no existen. Según han declarado, a partir de las cinco de la mañana, esas cámaras dejaron de grabar porque el operador que las manejaba, indican, tuvo que cubrir otro puesto de refuerzo en frontera.

El origen de la orden de emplear material antidisturbios hacia el agua también ha desaparecido. A pesar de que el informe del Instituto Armado concluye que “no se dio una petición de autorización como tal”, muchos agentes declaran haber recibido directrices. El jefe del grupo de antidisturbios reconoce dar instrucciones sobre “cómo emplearlo” para “no dañar” a los inmigrantes. El capitán de la Compañía de Ceuta empuñó una de las armas y disparó tres pelotas de goma para dar ejemplo. Los agentes no detallan la “autorización” pero las mencionan. Defienden que su objetivo era “canalizar” el trayecto de los inmigrantes y “salvaguardar su integridad” evitando que nadasen hacia el fondo. Días después del 6 de febrero se decidió prohibir el uso de material antidisturbios hacia el agua a través de una orden verbal.

Dos fuentes con contactos en el Instituto Armado de Ceuta apuntan más alto: “Eso era una decisión politizada. Las órdenes venía de arriba y eran muy claras. Que no pasen a nuestro lado, que se queden en tierra de nadie. Buscaos la vida, pero que no crucen”, detalla una de ellas a eldiario.es. “Las órdenes de evitar su paso por todos los medios y de no actuar, de no auxiliar. El servicio marítimo de la Guardia Civil está totalmente capacitado, es su labor. Pero había una orden”, añade. Se le pregunta por el destino de las pelotas de goma y responde, mirando hacia abajo, como si se avergonzase de su contestación: “Los agentes con los que he hablado defienden que las lanzaron en parábola, para marcar la línea fronteriza y todo eso... Pero, en confianza, alguno reconoce que sí, que dispararon hacia ellos”, desliza. La Delegación del Gobierno de Ceuta niega estar detrás de la supuesta directriz. No tienen ni competencias ni conocimientos para dictar tales órdenes, aseguran desde su portavocía a eldiario.es. Este periódico ha contactado con la Dirección General de la Guardia Civil para contrastar las nuevas informaciones y acusaciones desprendidas de los testimonios pero han rechazado hacer declaraciones.

La investigación judicial va despacio. Dos organizaciones de la acusación popular denuncian obstáculos impuestos por la jueza instructora del caso y su “pasividad” a la hora de solicitar diligencias. La magistrada ha solicitado el envío del causa a la Audiencia Nacional por “ falta de competencia” del juzgado ceutí. La acusación popular considera que “quiere deshacerse del caso”.

Charles –nombre ficticio– destaca el agobio que el gas lacrimógeno provocaba en la gente. “Se mete en tus ojos en tu boca, parece que no puedes respirar... No sé explicarlo. Te sientes mal. Ellos lanzaron gas lacrimógeno y botes de humo dentro del agua”, advierte en un piso del barrio tangerino de Boukhalef. Él sigue esperando y las fuerzas flaquean. Desde Alemania, Mor también lo menciona. En España, Iker se toca los ojos y la garganta al describir lo que sintió mientras lo respiraba, tras la fatiga de la carrera anterior. Creen que esa fue una de las causas de la muerte de sus compañeros. Los agentes reconocen que emplearon botes de humo hacia el agua.

Su rostro se pone aún más serio para relatar cómo murió su “primo hermano”, Michele. Reconoce estar convencido de la razón de su muerte. Una pelota de goma o bala de plástico. “La Guardia Civil no disparó a su cuerpo, pero sí a su flotador. ¡Pam! Y se fue para abajo”, sentencia sin perder la serenidad, con la mirada clavada en los ojos de quien pregunta. Varios testimonios mencionaban neumáticos pinchados durante las labores de rechazo del Instituto Armado, el Gobierno lo niega. El vídeo oficial muestra a un agente marroquí arrastrando lo que parece una embarcación hinchable sin aire en la orilla, pero se desconoce cómo se desinfló.

La ciudad de Ceuta, sin embargo, parece tratar de olvidar aquella mañana. Hablar de las muertes del Tarajal en las calles ceutíes produce cierta sensación de incomodidad. Muchos se niegan. “Me puede traer problemas”, repiten. Alguno responde con un rotundo: “No me interesa”. Excepto contados activistas ceutíes, como los integrantes de la ONG Pedagogía Ciudadana, las pocas personas que aceptan profundizar disminuyen el volumen de su voz. Piden ocultar su nombre en caso de publicar sus palabras. Miran a los lados durante la conversación, o reculan, y optan por zanjar la charla. No hablamos de guardias civiles afectados, nos referimos a taxistas, vecinos, profesionales de medios de comunicación que podrían haber accedido a más detalles de los difundidos, pero prefieren callar.

“Cuesta hablar porque la gente tiene miedo. El ‘ver, oír y callar’ es muy típico en Ceuta. Es la actitud que hay tener”, dice un ceutí buen conocedor de los entresijos de la ciudad. Pero ¿a qué tienen miedo? No hay respuesta concreta. Hablar implica dirigir la mirada a la Guardia Civil. Cerca de un tercio de los empleados públicos son policías, guardias civiles o militares. Es común tener un familiar, un amigo o un conocido cercano perteneciente al cuerpo. El Instituto Armado ha salvado miles de vidas y su trabajo en la frontera está muy bien valorado, especialmente entre los habitantes de las ciudades autónomas.

En este punto la Guardia Civil, los ciudadanos ceutíes, el Gobierno y los supervivientes de la tragedia de Ceuta están de acuerdo. Los inmigrantes tampoco se podían creer lo que veían. “No sabía qué hacer. Nosotros siempre vemos a la ‘Guardia’ como los buenos; cuando vi lo que hacían, di la vuelta y regresé a nado a la playa”, dijo Stéphane días después de la tragedia de Ceuta.

Mor rompe a llorar. Ya está en Alemania, es menor y, por el momento, no puede ser expulsado. Va al colegio y participa en las actividades extraescolares de su instituto. Pero, mientras observa las fotografías de sus compañeros fallecidos, frena su relato de los hechos. Esconde su cabeza entre sus manos. Y se desborda, una vez más: “Hay que hacer algo”.

Marruecos, el guardián de las llaves

Elena González

España no se atreve a reprender al vecino del sur en materia de inmigración. “A veces es difícil justificar ciertas cosas, pero todo sea por la cooperación”, admite un funcionario. El último desencuentro costó 48 horas sin vigilancia al otro lado de la frontera.

GTRESONLINE / GJB

A Marruecos no conviene hacerle enfadar. Es la frase que repiten funcionarios del Ministerio de Interior, diplomáticos y políticos españoles en cuanto se apaga la grabadora. Con los micrófonos encendidos, el mensaje oficial, que se invoca sin descanso como un mantra, es destacar, subrayar, recalcar –elíjase el verbo al gusto del ministro, delegado del Gobierno o diplomático– la “estrecha colaboración entre España y Marruecos”. La traducción del axioma es que ni España ni Europa se atreven a reprender al vecino del sur en materia de inmigración. Marruecos tiene en su mano la llave de varias puertas y una de ellas se abrió el pasado agosto.

A las tres de la tarde del martes, 12 de agosto, Aliyu se las había ingeniado para conseguir un bote y reunir a toda prisa a 10 personas más. La “promoción de 48 horas” en las costas marroquíes le cogió por sorpresa y cuando pudo llegar al agua, el mar estaba embravecido y no pudo salir. Durante esas 48 horas, los tangerinos no daban crédito a lo que veían: decenas de inmigrantes subsaharianos corrían por las calles cargados con lanchas, a la vista de todos, sin que ningún gendarme les cortara el paso. 1.300 personas alcanzaron las costas andaluzas porque nadie estaba vigilando en las marroquíes.

Se da por hecho, según fuentes de la seguridad española, que lo que Rabat llamó “disfunción” en la vigilancia fue desidia por decreto, una consecuencia del alto que la Guardia Civil le dio al rey Mohamed VI cuando viajaba a bordo de su yate en aguas de Ceuta unos días antes. Huyendo del recuerdo de los tiempos de invierno diplomático con Marruecos durante el Gobierno de Aznar, el ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, ni siquiera se atrevió a calificar lo sucedido de “incidente”. Lo llamó “los hechos” y viajó presto a Marruecos para apaciguar las aguas, agitadas con el enojo de su rey. “A veces hay dificultades para justificar ciertas cosas, pero todo sea en aras de la buena cooperación”, señala un funcionario español.

El Gobierno de España es consciente de que no se puede permitir ni un desliz diplomático. Desde hace ya varias legislaturas, la postura de España frente al conflicto del Sáhara es intachablemente neutral en público, aunque desde los despachos de Madrid se facturen carantoñas al plan de autonomía propuesto por Marruecos. La prensa marroquí recogía a finales de año la visita a Madrid de una delegación de periodistas durante la cual el diputado popular José María Beneyto les aseguró que en la cuestión del Sáhara “la posición del Parlamento español es próxima a la de Marruecos”.

Ambos países viven una luna de miel en las relaciones bilaterales. Negocio obliga. En cifras comerciales, Marruecos ya es el segundo cliente de España fuera de la UE, sólo por detrás de Estados Unidos. Cada vez más empresas y profesionales españoles buscan en Marruecos una salida laboral que no encuentran en España y la prioridad en la nueva política exterior española es la recuperación de la economía mirando, en este caso, al sur.

El ministro de Defensa, Pedro Morenés, señalaba en diciembre pasado, durante la presentación del informe de Real Instituto Elcano España mirando al Sur: del Mediterráneo al Sahel, que el área es “prioridad estratégica para España” y zona de “oportunidades” aunque advertía de que es un “cinturón de inestabilidad”. Las autoridades de Marruecos calculan que en torno a 1.200 marroquíes han dejado el país para ir a combatir a Siria o a Irak y un tercio de ellos procede de las provincias de Tetuán y Tánger, muy cerca de Ceuta.

¿Qué hacemos con ellos? Zapatero elevó las vallas de Ceuta y Melilla de tres metros a seis. "No podíamos abrir las fronteras, habrían entrado cientos de miles", afirma. GTRESONLINE / S.Palacios

La proximidad y la posible vuelta de los combatientes a territorio marroquí preocupa tanto en Rabat como en Madrid. Las fuerzas de seguridad de ambos países han desmantelado al menos tres células yihadistas en el último año y España también coopera con Marruecos formando a sus agentes y compartiendo información. Esta colaboración es aún más estrecha –más que nunca– en la lucha contra la inmigración irregular, una exigencia española y europea que viene de lejos.

En el otoño de 2005, 14 inmigrantes subsaharianos murieron –algunos tiroteados y al menos dos cayeron del lado español– intentado cruzar a Ceuta y a Melilla. Durante las tres semanas siguientes, las fuerzas de seguridad marroquíes detuvieron a más de 4.000 personas –incluidos solicitantes de asilo registrados por ACNUR– y Rabat asumió la responsabilidad por seis de las muertes junto a la valla de Melilla, pero nadie hizo lo mismo desde Madrid.

“No podíamos abrir la frontera porque habrían entrado cientos de miles y, ¿qué hubiéramos hecho con ellos?”, evoca en conversación con eldiario.es el expresidente del Gobierno José Luis Rodríguez Zapatero. “La única manera de controlar las fronteras es el uso de métodos que con alto riesgo pueden dañar los derechos humanos. Es una tensión moral enorme, un dilema terrible”. Quizás Marruecos no cumpliera, en alguna ocasión, esas exigencias de respeto a los derechos humanos: “Como todos, como nosotros”, justifica Zapatero.

La respuesta del Gobierno socialista fue elevar las vallas de las ciudades autónomas de tres a seis metros de altura. La de Marruecos, continuar con las expulsiones de subsaharianos a Argelia y al desierto y las redadas periódicas y las palizas junto a las vallas, recogidas en los informes de Amnistía Internacional y Human Rights Watch. A ojos de Europa, lo que pasa en Marruecos se queda en Marruecos y hasta hace bien poco, al reino magrebí no parecía importarle su imagen en el exterior. Pero las primaveras árabes cambiaron el paisaje.

El rey Mohamed VI logró esquivar la ola de protestas en el norte de África promulgando una Constitución en 2011 más aperturista sobre el papel, aunque su aplicación práctica es criticada. Marruecos quiere ser visto como un ejemplo de estabilidad y construcción democrática en el Magreb y en África y esta imagen no es compatible con la de un estado represor, la que dio Médicos Sin Fronteras en un informe de abril de 2013 en el que se relataban todo tipo de abusos y vejaciones por parte de las fuerzas de seguridad marroquíes. El documento vinculaba la “extrema violencia” en las fronteras a la “nueva etapa de relaciones hispano-marroquíes” y la “excelente cooperación en materia de seguridad”. Fue la puntilla de un largo historial de denuncias.

En septiembre de 2013, el Consejo Nacional de Derechos Humanos (CNDH), un órgano de carácter consultivo nombrado por el rey Mohamed VI, decidió reaccionar y puso en marcha la nueva perspectiva humanitaria de la cuestión migratoria: un plan de regularización de extranjeros que, a pesar del esfuerzo de la administración, está teniendo un éxito muy limitado entre los subsaharianos, ya que una gran parte no quiere quedarse en Marruecos y, además, los requisitos impuestos son casi imposibles de cumplir. Las ONG marroquíes confían en que los criterios se suavicen y se amplíe el plazo para presentar solicitudes.

El plan sí ha traído beneficios para los refugiados y solicitantes de asilo: “Antes de septiembre de 2013 veíamos arrestos continuos. La policía destruía sus documentos y se les deportaba a Argelia. De un día para otro, todo cambió en buena parte del territorio”, explica Marc Fawe, portavoz de ACNUR en Marruecos. Lo que no ha cambiado, sin embargo, es el norte, donde las fuerzas auxiliares no dan paseos en balde y al final de la mano tendida por los despachos, los inmigrantes se encuentran con un bastón. Los perímetros fronterizos de Ceuta y Melilla se rigen por otra ley y no entienden de nuevas políticas migratorias. Se blindan a toda costa.

“No podemos criticar que un gobierno controle sus fronteras. Es un derecho legítimo”, asegura a eldiario.es Dris El Yazami, presidente del CNDH. A Yazami, un exopositor que en los últimos años se ha aproximado a los círculos del palacio real, cuesta arrancarle las palabras “a veces se hace un uso excesivo de la fuerza”. “Lo que le pido a Europa”, continúa, “es que nos ayude a financiar una política migratoria de integración. Frontex no es la solución”. En julio pasado, la Unión Europea destinó a Marruecos 890 millones de euros durante el período 2014-2017 para “potenciar el acceso equitativo a los servicios sociales y apoyar la democracia y el Estado de Derecho”.

Marruecos sigue siendo un socio privilegiado de la Unión Europea. Están en juego el control de fronteras, la seguridad y acuerdos de pesca como el que se firmó el año pasado, que permite faenar en sus aguas a barcos de España, Portugal, Países Bajos, Lituania y Letonia a cambio de 40 millones de euros anuales. “Marruecos conoce bien los miedos de los europeos y sus negociaciones con Europa son bastante equilibradas”, confiesa un funcionario europeo en Rabat. Marruecos puede ser el amo de llaves, pero nunca el criado.

Sin embargo, Rabat también ha hecho concesiones dolorosas. En los últimos dos años, se han disipado los disturbios en las fronteras de Ceuta y Melilla que solían protagonizar grupos que reclamaban la soberanía marroquí de las ciudades. Y aún hay más. En abril de 2014, Marruecos inició la construcción de una valla coronada de concertinas que discurre paralela al perímetro fronterizo de Melilla. Ante la opinión pública marroquí, defensora contumaz de la integridad territorial, es difícil justificar que se está construyendo una frontera junto una ciudad –Melilla– que reclaman como suya. Hace meses que el partido Istiqlal registró en el Parlamento marroquí la pregunta sobre la valla, pero aún no ha aparecido en el orden del día de las sesiones.

Los inmigrantes subsaharianos no son completamente ajenos a esta partida de Risk. Los más veteranos del suelo marroquí, los que conocen las vallas, las lanchas y los barrios-guetto, son conscientes de que Marruecos y España juegan en el bando europeo y ellos en el africano. También saben que la única solución que da Europa es la de seguir militarizando sus fronteras, con Marruecos como gendarme. “Sí, a medio plazo lo seguirá siendo”, vaticina Zapatero. Lo que temen es que con la externalización de las fronteras europeas, de las cuales forma parte la nueva valla marroquí, Marruecos ejerza dentro de ellas de Señor Lobo: el que soluciona problemas. Si Europa no los ve, no existen.